Es un hecho que ninguno de nosotros quiere sufrir, ninguno quiere morir. Todos queremos evitar en lo posible, el dolor y el sufrimiento. Todos queremos estar siempre felices y sonreír, estar sanos y disfrutar.

Pero si siempre fuéramos felices, siempre sonriendo, siempre sanos, eternos ¿cómo podríamos distinguir estas emociones y estado físico si no experimentamos el lado opuesto? Como seres individuales sabemos distinguir el placer del dolor a partir de conocer y vivir uno y otro. ¿Que uno es desagradable y el otro no? Claro! pero requerimos ese parámetro para distinguirlos. Así como sentir hambre, sueño, y saciarnos y dormir.
Ya Darwin, en su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, hacía referencia a la tristeza como una de las emociones básicas universales, independientemente del contexto. Es una es una experiencia sensitiva y emocional desagradable, pero es un sistema vital de advertencia para nuestros cuerpos y emociones, nos avisa cuando estamos haciendo algo mal o algo nos hace daño. Nos alerta. La tristeza que nos provoca un dolor es un sentimiento natural, tan válido como la alegría, la preocupación o el miedo.
Sobre la promesa de los derechos humanos de protegernos contra los dolores mundiales, contra el sufrimiento que provoca la muerte, el hambre, la discriminación, etcétera, construimos castillos de protección contra esos dolores, o pretendimos construirlos y declarar que la lucha de los derechos humanos era para evitar y erradicar esas causas de sufrimiento y de dolor.

Establecimos el mismo parámetro del dolor y sufrimiento causado por cualquier afrenta a cualquier derecho humano, puesto que nos dijimos que no existen jerarquías entre ellos. Y cualquier violación a ellos es una potencial amenaza a nuestra propia existencia. Tal como lo establecimos con las causas de su proclamación en 1948. La vida, la libertad, la integridad física, la propiedad como pilares iniciales de esos derechos humanos, que fueron devastados en la Gran Guerra (primera y segunda) y exhibidas las consecuencias de su inobservancia, nos convencieron de no aceptar ninguna situación que repitiera este holocausto.
Entenderá el lector que una cosa es el dolor y sufrimiento que provoca la extinción de la vida, el daño a la integridad, la privación de la libertad y el despojo de las pertenencias de la persona (en las que carga su vida), y contra el cual al día de hoy seguimos luchando y no aceptamos nada que pretenda o ponga en riesgo nuestros derechos, y por otro lado, el avance de otro tipo de dolores y sufrimientos provocados por ofensas a nuestra forma de pensar identificados a partir de proclamaciones nuevas de derechos humanos y las que se les dota de la misma significación e intolerancia a su vulneración, como la ofensa y sufrimiento que sienten a quienes se les llama con pronombres incongruentes con su género, o a quienes no identifican a sus mascota como titulares de derechos, entre otros.
No se confunda estimado lector, no pretendo discriminar ni desconocer estos nuevos derechos ni la vulneración que puede provocar su incumplimiento, sino tratar de establecer un argumento a partir de esta actual lucha de tachar y denunciar todo aquello que no nos gusta, que nos causa algún tipo de ofensa, e igualar esta subjetividad a un dolor, angustia o sufrimiento real y objetivo.
Parece más una lucha del siglo 21 para identificar cualquier cosa, objeto, hecho, palabra o situación, pasada, presente o futura que nos cause cualquier tipo de ofensa-indignación (que no causa dolor o sufrimiento, real o potencial, sino subjetivo e imaginario) a cualquiera de nosotros, o cualquiera de nosotros o grupo de personas, y en consecuencia elevar esa cosa, objeto, palabra o situación, pasada, presente o futura que cause cualquier tipo de ofensa-indignación a una violación a derechos humanos, y buscar por cualquier medio legal, legítimo o subjetivamente legítimo, para erradicarla con la justificación de que opera este o estos derechos al mismo nivel de sus pilares.
Todo ello porque no queremos el dolor, creemos que no tenemos porqué soportar esa ofensa sobre lo que sea que creamos, no queremos el sufrimiento con el que reaccionamos a ese impulso. Claro, como el sufrimiento a las causas del dolor es opcional a cada ser humano, no a todas las personas les causa ofensa o indignación el mismo tipo de situaciones o hechos que parezcan vulnerar la ya gran variedad de derechos humanos existentes. Pero la búsqueda es por un mundo sin personas ofendidas. Un mundo sin sufrimiento. No por nada ya hay campañas políticas por el derecho a la felicidad (lo que sea que eso signifique para cada persona).

Así, vamos buscando una sociedad sin ofensas, sin sufrimiento, indolora…analgésica. Que nadie diga ni haga nada ofensivo que cause subjetivamente el sufrimiento de otro.
Que nadie opine diferente y menos lo exhiba, que nadie tenga actitudes ni formas diferentes de pensar y opinar. ¿Es posible que logremos un pensamiento único, universal? ¿Un “pensamiento colmena” en el que todos seamos y opinemos igual?
¿Esto será un logro de la humanidad?
POR SERGIO MONTOYA MÉXICO ARTÍCULO EDICIÓN DIGITAL FEBRERO 2024