Las grandes transiciones de los estados occidentales democráticos del siglo XX transitaron del Estado Liberal, aquél que buscó contener principalmente los excesos del poder oficial y reconoció y garantizó los derechos a la libertad, a la propiedad, a la integridad física y a la vida; al Estado Social o de Bienestar, que pretendió recortar los desequilibrios entre las personas, ocasionados por las diferencias de poder y capacidad de unos frente a otros en la realidad, y reconoció y protegió derechos que cubrían esa necesidades de las personas como la salud, la educación, el trabajo, entre otros.
Es decir, el primero puso límites al Estado en su intervención con las personas y protegió nuestra individualidad, y el segundo cubrió necesidades.
Ahora bien, una cosa es tener necesidades y otra muy diferente desear cosas, cubrir deseos de las personas. Así, llegamos al tercer modelo de estado en el siglo 21: El “Estado Genio”, o “Estado Agalma.”
Le explico, en la antigua Grecia, la “agalma” es el estado de deseo platónico. Para Lacán es la atribución imaginaria a aquello que deseamos. El que desea pide lo que no necesita en términos de necesidad y contingencia. El deseante cree que otro cubrirá la falta originaria que tiene. En este caso, el “Estado agalma”, es sobre el que el ciudadano cree que cubrirá sus faltas originarias. Y el estado en modo también imaginario se las concede. Es decir, el Estado concede deseos, se vuelve un “genio de la lámpara”, con la diferencia que lo que concede no se vuelve realidad, solamente le hace creer al deseante, que lo ha transformado.
Las necesidades tienen un límite. Los deseos no. El “Estado genio” cumple los deseos de las personas: quieres que el acceso al futbol (que no es una necesidad) sea gratis y sea un derecho, te lo cumplo. Quieres servicio de internet gratuito, te lo concedo. No eres feliz con tu aspecto físico, te concedo que los demás deban de pensar que tu cuerpo es perfecto. Incluso, no eres feliz y deseas la felicidad, ¡vamos a crear el derecho a la alegría! Si lo deseas, lo debes tener. El deseo es ilimitado.
Los deseos de aquellos colectivos que hagan más ruido, que tengan más apoyos internacionales, que tengan con ellos a la academia, ganarán. Se les cumplirán sus deseos y, en consecuencia, se generará un gasto estatal que se pagará con los impuestos de los demás para cubrir estos deseos, que no necesidades.
El “Estado agalma” no da, no puede dar lo que no tiene, lo que no existe; y el ciudadano pide lo que no necesita. Lo que el Estado brinda no existe más que en la imaginación. El estado no convierte a hombres en mujeres y a mujeres en hombres. Crea la ilusión solamente, la imaginación de que es así, como al dar documentos con otra asignación de sexo. Obligar a los demás a que perciban a otros como eso otros quieren ser percibidos. No cambia ninguna realidad, pero en contra partida, niega la realidad para que se cree la ilusión colectiva. Que todos crean que el emperador va vestido, aunque en realidad no lleve prenda alguna. Y prohibir, sancionar a aquellos que, como el niño del cuento del “Traje Nuevo del Emperador”, señale que en realidad va desnudo, porque además de ofender al emperador, “desnudaría” también al “estado agalma” que se beneficia de conceder deseos.
No le importa al “estado agalma” crear imposibles premisas jurídicas a partir de lo que concede. Premisas que permiten cualquier absurdo que contrarían al derecho mismo y a sus principios. La ciencia ya no importa, la ciencia jurídica debe sujetarse a los absurdos. Qué importa que las definiciones de persona y dignidad hayan sido establecidas por la propia Suprema Corte de Justicia para establecer que las personas y su dignidad existen al nacer y no antes, que sin importar el estado gestacional es solamente una promesa de ser humano y, por tanto, no es sujeto de derechos, ni de dignidad. Pero por otro lado sí valide el Poder Judicial Federal y legislaturas estatales que las mascotas tienen derechos, tienen dignidad y forman parte de las nuevas familias. Que se valide por un lado que los niños y las niñas no tienen la facultad de decidir tomar bebidas alcohólicas y con cuál de sus progenitores quiere vivir en caso de separación, que exista una concepción de autonomía progresiva en sus decisiones, y después, por otro lado, la propia Corte la niegue al establecer que niñas y niños sí pueden decidir su identidad sexual en cualquier edad.
Así, feliz va el “estado genio de la lámpara” concediendo deseos a partir de lucrar políticamente con la ilusión. En el que las personas se sienten felices no porque se haga un cambio en su realidad, sino porque les crean ropajes invisibles que todos a su alrededor deben creer reales. O al menos no decir, no gritar la verdad: que van desnudos y el Estado les ha hecho fraude para ganar su devoción.
Y usted amable lector, lectora, ¿qué ropaje imaginario quiere llevar? ¿tiene los apoyos sociales y políticos para ello? ¿cómo quiere sus premisas jurídicas para conceder sus deseos?
Como siempre, la mejor respuesta la tiene usted.
POR SERGIO MONTOYA MÉXICO