Ahora que ha terminado el proceso electoral en México, una cantidad considerable de personas seguramente ingresarán al servicio público, e invariablemente otra cantidad en la misma proporción saldrá.
¿Conoce usted amable lector, lectora, convocatorias para ocupar esas plazas en los municipios o entidades federativas?
Se lo pregunto porque en las campañas de las y los candidatos vimos a un número considerable de adeptos que durante todo el proceso hicieron labor de proselitismo. Nadie duda que todas esas personas, las del candidato o candidata ganadora, esperan ser compensadas en las mieles de una dieta pública. ¿Todas ellas tienen el perfil, no solamente para el servicio público, sino los conocimientos para un puesto del que incluso desconocen cuál será?
Un discurso constante en todas y todos los políticos es la lucha anti corrupción, honestidad, eficiencia y eficacia en el servicio público. Bueno, este discurso alcanza al México Virreinal y vicios contra los cuales también la corona borbónica combatió. ¿porqué seguimos igual que hace tres siglos?
No le platicaré en esta ocasión el aspecto de conformación del virreinato y privilegios de castas y supervivencia en aquél momento. Me ocuparé solamente del perfil del servidor público no exclusivo de nuestro país, sino parece ser el de toda Latinoamérica.
Nos prometieron –todas y todos- en campaña que acabarían con la corrupción, con violaciones a derechos humanos, un mejor –ahora sí- servicio público, etcétera, etcétera. ¿Pero sabe usted quién materializa esta promesa? Lo hacen las personas que trabajan en el servicio público. Entonces es obvio y necesario que esas personas tengan los méritos académicos, profesionales, vocacionales y valores que permitan esta entelequia.
Hay en mi pueblo un dicho sobre la forma de ingresar al servicio público: “Depende del compadre, mandas o barres”. En realidad, en Latinoamérica poco importan los méritos, la preparación, la experiencia, la vocación y los valores de las personas para formar parte del sistema, y tampoco para el nivel que van a ocupar. Por consiguiente, podemos tener lobos cuidando las ovejas.
Además, estas personas conocen cómo funciona el sistema, y saben que terminado el periodo de gobierno, les tocará la llamada “barredora”, que los enviará a la calle para meter a todas y todos los partidarios del candidato o candidata ganador en la siguiente elección. Esta puerta giratoria no permite el aprendizaje, la profesionalización y el compromiso para con la institución. Por el contrario, genera su uso para beneficio propio de cada servidor público, así como del grupo o persona que les dio el empleo.
Así, la no vocación, la inexperiencia, la carencia de méritos, la no profesionalización y el compromiso para con sus mecenas y clara politización, hace prácticamente imposible que las instituciones cumplan efectivamente con las promesas que nos hicieron las y los candidatos ahora ganadores del proceso de elección.
El personal de estas instituciones es muchas veces, corrupto, vulnera derechos humanos, no es transparente, entre otras amenidades. La respuesta del Estado es crear entonces otros entes que vigilen que sean transparentes, que no se corrompan, que respeten derechos humanos, etcétera. Y adivine lector, lectora, ¿cómo cree usted que se conforman esas otras instituciones que vigilarán a las otras? ¡Acertó! Del mismo lodo. Es decir, se repiten en estas otras instituciones el mismo proceso de conformación del personal que ocurrió en las primeras.
Llegamos al punto del nombre de este artículo, en donde el Estado lucha contra sí mismo. Una especie –como decimos coloquialmente en México- de cuento del tío Lolo, que se hace tonto él solo. Finalmente queda en el suelo la esperanza de todas y todos nosotros, de que ahora sí, nuestro flamante candidato o candidata ganadora, nos cumpla sus promesas, porque primero debe cumplir las hechas a su partido, a sus incondicionales y a sus intereses, y después, solo después de ello, si le queda un poco, regalarnos algo. O usted lectora, lector ¿qué opina? Ya tiene la convocatoria, tiene el compadre o solamente la esperanza. Como siempre, la mejor respuesta la tiene usted.
POR SERGIO MONTOYA MÉXICO